En algunas ocasiones cometemos errores, tal vez mucho más seguido de lo que quisiéramos... y es que es difícil ser asertivo siempre.
Cuando nacemos, venimos en un estado de pureza mental que se va atrofiando y ensuciando con el tiempo, la experiencia, la cultura, la educación y la sociedad en que nos encontremos inmersos... es el hábitat en el que nos desenvolvamos y las experiencias que recojamos en el camino, lo que finalmente nos harán tomar tales o cuales decisiones durante nuestras vidas.
Y, como toda persona normal, común y corriente, no puedo pecar de soberbia y debo reconocer que traigo a cuestas varios errores y equivocaciones. Algunos conscientes, otros no tanto y algunos absolutamente desconectada de la realidad.
Pero la verdad es que los errores que cometemos, aunque la mayor parte de las veces terminen perjudicando o hiriendo los sentimientos de alguien más, no deben permanecer por siempre atormentándonos y es un deber que tenemos con nosotros mismos, hacer efectiva la capacidad de perdonarnos en algún momento.
Me cansé de pedir perdón al viento por si alguien lo quiere oír, me cansé de sentirme mal de haber fracasado en la parte que a mí me correspondía en todas las cosas, me cansé de odiarme y dejar de quererme por culpa de los demás, me cansé de ofrecer mis disculpas por equivocarme, por herir y dañar, por ser cómo soy, por no ser como los demás querían que fuera... y me perdoné.
Ya no más con estos asuntos del pasado, ya no más con la historia que se quedó escrita en alguna de esas líneas miserables guardadas y tatuadas en los diarios que escribí... en el blog, en los documentos de mi notebook, en la croquera y en la servilleta de turno.
Así como duele separarse del pasado, porque siempre queremos que permanezca, siempre queremos quedar ligados de alguna forma a todo lo que fue importante y es válido, pero no es sano... Así como quisiéramos mantener siempre viva la llama de los sentimientos y emociones que en algún momento nos produjo algún ser de luz, luego mantener vivo el recuerdo y la historia, luego las sombras... Igualmente difícil es reconocer que no hay nada qué hacer, que sólo debemos partir, dejar de mirar atrás y avanzar con lo que hay, con lo que que queda de uno, por lo general, magullado y herido, con una tremenda mochila de fracasos y errores a cuestas, no a comenzar una nueva vida, sino que a continuar la que ya tenemos.
Y eso es difícil. Ya quisiéramos todos tener la posibilidad de borrar las equivocaciones y fracasos. Ya hubiéramos querido volver a nacer después de dejar la escoba y comenzar una vida nueva, libre del tormento que significa asumir.
Pero no se puede y no se debe, porque de otro modo no aprenderíamos jamás. Asumir no sólo el costo y consecuencias de nuestros errores, sino también las causas, los motivos que nos llevaron a cometerlos, es de lo más doloroso... cuando engañas porque no amas, cuando tratas mal a los demás porque así te trataron antes, cuando mantienes una vida que no quieres por las apariencias, cuando eres intolerante y prejuicioso y muchas cosas más.
A veces, enfrentar la causa de un error es mucho más complejo que asumir la consecuencia, porque esta última viene por añadidura, no hay opción. En cambio, asumir el porqué de un error, te lleva a retroceder en el tiempo, a reconocer una verdad incómoda y las más de las veces, dolorosa, pero eso es fundamental para dejar atrás el pasado y continuar.
Y el porqué de este escrito, se debe principalmente a que siento que hace mucho tiempo había asumido las consecuencias de mis faltas, de hecho avanzo sin problemas y bastante tranquila por la vida, sin culpas, porque todo eso está perdonado... pero sentía que tenía todavía la deuda con los demás, con las personas que dañé, con las que me hicieron daño a mí, porque sólo ahora pude enfrentarme a las causas verdaderas de mis fracasos.
Es distinto cuando la vida de uno se transforma en una gran verdad, en un libro abierto donde no hay nada que ocultar.
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