Manos congeladas.
El tecleo incesante del computador
es lo único que rompe el silencio de la noche.
Se hace tarde y a la vez, más temprano.
Se acaba la noche y despierta el día.
Los pensamientos se enfrían,
mientras los sentimientos hierven
bajo la piel delgada.
El mar parece rugir en la casa del vecino,
mientras un pichicho ladra en la cordillera lejana.
Tú duermes tranquilamente
en los brazos del morfeo respectivo,
mientras yo enciendo las luces del alma,
para escupirle al insomnio.
Mala noche, es aquella
en que los ojos llorosos
no dejan caer sus párpados,
revientan hasta el último recuerdo,
tarea pendiente, escombro en el colon.
Bostezo con fuerza gladiadora,
mientras exijo una explicación
al cuerpo cansado y adolorido,
¿Por qué no te rindes al peso de la noche,
y me mantienes por unas horas en el olvido?
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