Hundidos,
en el laberinto de indecisiones,
mientras presumes
miradas cansadas.
Tus ojos, dolidos por la indiferencia
que no ha sido provocada,
que surge de la nada, de la luna,
de las plantas
...y no mejora.
A ratos se transforma en heridas,
ardientes llagas abiertas
que no puedes cerrar.
Pones tu mano sanadora, pero no.
La herida se contagia a tu mano,
se extiende por tu brazo y
se clava en tu corazón.
Te preguntas cómo es posible
que tal herida haya llegado
a tal extremo, sin notarlo,
sin verlo.
De pronto se esfuma
de tu brazo, de tu mano...
y con ella, la indiferencia,
las presunciones de miradas cansadas.
Todo vuelve a ser normal.
El cielo, las estrellas, el día y la noche
vuelven a su belleza natural,
mientras en un rincón, al acecho,
una sombra espera...
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