No me acuerdo
muy bien de qué estábamos hablando con el Jaime, cuando de improviso realizó
una pequeña reflexión. Me dijo “–En
todas las fotos contigo, salgo sonriendo”. Y yo, incrédula, pensé que seguro
estaba exagerando. La verdad es que mi compañero no se equivocaba.
Prácticamente en todas las fotos que salimos juntos (en que está despierto),
aparece con una expresión muy alegre y jovial.
Este hombre sonriente apareció en mi vida un soleado 25 de enero del año 2012, algo así como la una de la tarde. Se presentó en mi oficina con una consulta (excusa) jurídica, que yo me aboqué a responder (evadir) con mucho interés. La conversación nos duró algo así como dos horas, luego de las cuales nos convertimos en amigos de toda la vida.
Este hombre sonriente apareció en mi vida un soleado 25 de enero del año 2012, algo así como la una de la tarde. Se presentó en mi oficina con una consulta (excusa) jurídica, que yo me aboqué a responder (evadir) con mucho interés. La conversación nos duró algo así como dos horas, luego de las cuales nos convertimos en amigos de toda la vida.
Ese mismo día,
para no perder el contacto, el hombre sonriente me envió un correo electrónico
con los link de varias de sus columnas publicadas en medios electrónicos y me
habló de toninas en la bahía de Chañaral. Un par de días después, aparecería en
mi recorrido de trote habitual y a la semana, me invitó a almorzar.
Debe haber
sido el ambiente marino, pero ese seis de febrero en que fuimos a comer pescado
a la caleta, el par de amiguitos decidieron juntarse otra vez, un poco más
tarde, para ir a la playa… Y ahí surgió la primera foto.
Me sentía
feliz. Hasta ese momento mi estadía en Chañaral había sido más bien solitaria y
un poco fome, y ahora veía la posibilidad de conocer un lugar muy bello y que
estaba relativamente cerca y con alguien muy simpático. Y no sé por qué nos
sacamos una foto… y otra, y otra más.
La cuestión es
que yo, en un arranque muy confianzudo, agarré al hombre sonriente que me sacaba
fotos patudamente y lo abracé para nuestro primer retrato juntos y… ¡Oh! ¡Sorpresa!
Sale muy sonriente. Claro que lo pillé un poco de sorpresa, pero a la segunda
foto ya se le había pasado. No le cuenten eso a su polola.
Después de esa
primera foto, creo que cambió la historia completa. Pasó mucho tiempo, ninguna foto
entremedio, malos entendidos, meses, meses y más meses de conversaciones sin
asunto, hasta ese día domingo, del mes de noviembre… en que fuimos a la
Puntilla a conversar. Ahí, le saqué nuevamente una foto al que había sido
candidato a concejal. Esa vez no sonreía… tampoco salía conmigo, así que no
cuenta. Pero un mes después, yo consideraría que nuestra amistad no funcionaba como
lo esperaba y decidiría cortar los lazos con el hombre de ojos marinos.
Fue para mi
cumpleaños número 28, más específicamente al día siguiente, que el hombre de los
ojos oceánicos apareció nuevamente, con un saludo alusivo a tan importante
ocasión. Y decidí responder. Luego la historia se volvía a repetir, sin fotos
para variar, yo me estaba aburriendo de nuevo y el quiebre llegó.
Llegó julio de 2013, unos días después que decidimos ponernos a pololear, y recién entonces nos volvimos a fotografiar un poco a la rápida, con la cámara del celular que decidió bucear. Y el hombre de ojos marinos volvió a sonreír.
Y de ahí no ha
parado. Efectivamente, desde el mes de julio del año 2013 a la fecha, tengo a
mi lado a un hombre sonriente, de unos hermosos ojos marinos llamado Jaime, que
amo con todo mi corazón y que espero nunca deje de sonreír cada vez que posa
junto a mí.
Además de enamorado de ti mi amor, me declaro un lector devoto y un admirador incondicional de sus letras... Te amo
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