Del latín Vocatio, vocación es la acción de llamar... y hace algún tiempo que vengo pensando en ella.
Normalmente nos conformamos con elegir una profesión u oficio y de allí dirigirnos hacia el desarrollo de una especialidad, pero ¿Cuántas veces sentimos que estamos haciendo algo que verdaderamente nos gusta? ¿Cuántas veces ponemos una muralla entre nuestra felicidad y nuestro mundo laboral?
Probablemente existen muchas personas que viven postergando su felicidad en términos laborales, en pos de una felicidad relativa en términos personales... y digo relativa porque como seres humanos somos inconformistas por naturaleza, cada día nos surgen más necesidades de las que podemos satisfacer y al final la vida se transforma en un círculo vicioso de "mañana será otro día", "nos espera un futuro mejor" y otras cientos de frases creadas para conformarnos con lo que somos hoy y con esperanza de un mañana brillante.
Sin querer nuestro trabajo se transforma en la más pesada de nuestras responsabilidades, una carga en horario de oficina, en verdaderos dolores de cabeza que nos acompañan durante toda la jornada.
Pero quién nos obliga a vivir así. Somos tantas personas en el planeta, que debe existir la persona indicada para el puesto correcto... y yo fervientemente lo creo. Creo que debe haber personas felices de recorrer el país manejando un camión, transportando mercadería. Creo que debe existir a quien le guste barrer las calles para mantener limpia nuestra ciudad. Y así como creo eso, también creo que existen puestos de trabajo dispuestos para mí.
Estoy en un punto extraño. Siempre digo, aunque no me pregunten, que estoy segura de haber escogido la profesión perfecta para mí. Sin embargo, en vez de dedicarme a buscar un puesto de trabajo por los intereses que la sociedad me ha inculcado, he decidido escoger en base a vocación...
Creo que debo estar donde sienta el llamado, porque a diferencia de varios, he decidido hacer lo que me plazca y no lo que pueda. Así, de partida, le aseguro a mis futuros clientes un servicio de calidad, un interés verdadero y (como lo aprendí de un amigo que tomó un camino muy diferente al mío), pasión por lo que hago.
Estoy segura que si cada uno de nosotros siguiera su vocación, viviríamos en un mundo mucho mejor. O por lo menos, en un mundo más feliz, en el que no hubiera que postergar la felicidad a riesgo de que ésta nunca llegara.
Invito a todo el que lea esto, a perder el miedo.
No hay peor miedo, que el miedo a vivir.
No hay peor cobarde, que el que no se atreve a ser feliz.
MJR.-
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