"Cuando abro en los objetos la puerta de mí mismo:
¿Quién me roba la sangre, lo mío, lo real?
¿Quién me arroja al vacío
cuando respiro? ¿Quién
es mi verdugo adentro de mí mismo?
Oh Tiempo. Rostro múltiple.
Rostro multiplicado por ti mismo.
Sal desde los orígenes de la música. Sal
desde mi llanto. Arráncate la máscara riente.
Espérame a besarte, convulsiva belleza.
Espérame en la puerta del mar. Espérame
en el objeto que amo eternamente."
Normalmente no transcribo en mi blog poemas ajenos, pero Gonzalo Rojas tiene ese algo de macabro en su poesía, que me atrae tanto como Octavio Paz.
Este poema, se encuentra en su versión original en un libro llamado "La Miseria del Hombre", que a mí, por el solo título, se me hace imposible de obviar. Prácticamente suena a Dostoievski.
No es que adore la miseria humana, sino que he aprendido a disfrutar tanto los buenos momentos de la vida, como los malos.
Es así como he vivido plenamente mi depresión, cada una de mis tristezas, las he sufrido como si fueran la última, porque algún día terminarían... Una muy querida amiga me dijo: "Cada vez vas a llorar menos seguido, hasta que llegue el día en que te des cuenta que ya no tienes ganas de llorar". Y previendo esa situación, sabiamente advertida por mi amiga, lloré, lloré como nunca había llorado, me revolqué en mis lágrimas, pasé días completos y noches eternas llorando... después no lloré un día... pasaron dos días y no lloré... incluso hubo tiempos en que pasaba una semana... y volvía a llorar como nunca. Hasta que no lloré más.
No es que me guste estar triste, sino que me gusta sentir mi tristeza plenamente, así como mis alegrías. Ya no me siento mal ni ridícula cuando me río sola por la calle, o en el colectivo, porque me siento feliz y eso no puede ser malo. A veces voy caminando por la calle, cantando una canción que me gusta y me siento como si no pudiera haber nada mejor en el mundo que eso... caminar y cantar. O tocar la guitarra y cantar. O que me llame una amiga y que pasemos muchos minutos hablando por teléfono, que me inviten a salir, que me consideren en sus mundos, que pueda brindarles un momento de alegría.
Yo solía pensar que mi vida era miserable. Y lo era.
No era miserable por lo que tenía o por lo que carecía, sino que era miserable solamente porque me sentía así. Además de miserable, insatisfecha.
Quería arreglar el mundo en que vivía a toda costa, sin siquiera detenerme a pensar en las muchas cosas buenas que tiene cada día, sin detenerme a vivir.
Quería tener más, ser mejor, y estaba amargando a los demás, a mí misma, me estaba volviendo loca por cosas que ni siquiera me importan.
Siempre me he sentido distinta a los demás, y es porque lo soy efectivamente. No soy ni mejor ni peor que nadie, porque no me comparo con nadie. Sólo sé que vivo la vida a mi manera, hago lo que quiero, dirijo mi destino hacia donde pueda vivir más plenamente, libre de presiones sociales, sin ganas de status, ni reconocimiento, ni de obtener beneficios, ni ganancias...
Tengo una vida independiente, porque mi alma es independiente. Mis penas las sufro y mis alegrías las disfruto.
Sigo siendo mi propia verdugo, pero una verdugo compasiva conmigo misma.
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