Hace un par de semanas, decidí tomar unos días de descanso y pasar algo
de tiempo con mi familia en La Serena. Para
el viaje, fui a la biblioteca en busca de algún libro “livianito” que me hiciera reír un rato, sin muchas complejidades y
absolutamente alejado de mi vida cotidiana.
Para variar, me llamó la atención un
ejemplar de estridente tapa rosada, que en su portada rezaba “Desencantadas”, y
me decidí a averiguar cuál era el motivo del desencanto de la autora y sus
afines.
El libro resultó ser una alegoría
del divorcio y sus consecuencias en la mujer que ha sido educada en la creencia
de que algún día llegará a su vida un príncipe azul, y a quien nadie le dijo
que los hombres tenían tantos defectos como las princesas que los habían soñado
desde que eran unas niñas.
Esta arriesgada autora, culpaba descaradamente de los fracasos amorosos de las personas a las historias que de niñas nos leían nuestros padres escritas por los hermanos Grimm y Walt Disney, sobre sufridas princesas que pasaban su vida en la espera de un valeroso príncipe que viniera a rescatarlas de sus penurias y, juntos "fueron felices para siempre".
Mientras viajaba y recorría en bus
una considerable cantidad de kilómetros entre mi ciudad adoptiva y la de
origen, meditaba acerca de las heridas que quedaban después de ese tsunami que
se llevaba todo, como bien decía el libro, cuando se trataba de separaciones. Pero me mantenía con severas dudas acerca del juicio de reproche a tan insignes autores... ¿Cómo nos iban a engañar tanto?
Lamentablemente para la autora del
libro, me quedé con la sensación de que ella misma no había superado
completamente su propia experiencia y hablaba con cierto dejo de despecho de su
fracaso amoroso. Pero no todas somos así.
Dejé el libro de lado sin terminar y empecé a tratar de averiguar si se podía vivir sin esa creencia de encontrar
el moderno y perfecto príncipe azul del libro, vestido de Hugo Boss, que viniera a buscarme al
trabajo en un corcel blanco,
de preferencia europeo y del año.
Afortunadamente para mi tranquilidad
emocional, encontré una serie de artículos en mis revistas favoritas de empowerment femenino y que adquiero cada
mes, referidos a la existencia de estos seres imperfectos, misteriosos, que la
sociedad ha nombrado “hombres”, que sienten, sufren, y a los que la vida les
cuesta tanto como a nosotras las mujeres.
Recuerdo una de estas escritoras de
magazine, hablando orgullosa de haber construido una relación amorosa con un
sujeto bastante alejado de la concepción ideal de su adolescencia, sin la pinta
de príncipe azul, sin castillo incluido y sin corcel. Y era bastante elocuente
en contar de la existencia de conflictos, defectos, un pasado de ambos y la
necesidad de construir vínculos maduros, basados en la toma de decisiones y el
consenso.
Y comprendí que esa información era
vital. Que lo importante no era buscar los culpables del fracaso de las
relaciones sentimentales del mundo en los cuentos de hadas, sino que comprender que las desilusiones amorosas se
producen por la falta de madurez en la construcción de vínculos con personas
reales, que tienen virtudes y defectos, además de similitudes y diferencias.
Porque lo que no ha descubierto esta desafortunada congénere, es que los Hermanos Grimm y Walt Disney tenían toda la razón, porque príncipes y princesas hay muchos, pero de carne y hueso, que viven en ciudades, viajan en bus, leen libros malos, trabajan en horario de oficina y se buscan mutuamente. Y por último, tampoco entendió que el "y fueron felices para siempre" implica no tener miedo al fracaso, que después de eso viene la
reconstrucción… y tal vez, una nueva oportunidad.
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