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Post Valentine's

Quién iba a pensar que San Valentín iba a pasar a segundo plano para mí. La verdad es que comenzó siendo un día más de trabajo y terminó siendo un completo desastre.

El plano sentimental nunca estuvo en el primer lugar, y eso que me esmeré por tener un día relativamente agradable (con chocolate incluido). Pero lamentablemente, era el destino el que me jugó una mala pasada y el trabajo absorbió mis energías por completo.

Faltaron en mi clásico paseo del atardecer, las parejas tomadas de las manos, los besos apasionados robados en alguna esquina a media luz, declaraciones de amor escritas en la arena, o tal vez algún juramento eterno y medio vandálico sobre una roca o sobre el pavimento.

Me hubiera gustado ver a los demás demostrándose sus afectos de forma más romántica en el día de los enamorados, y no haber sido la única persona que vio la puesta de sol frente al mar en varios metros a la redonda.

Tal vez todo ese romanticismo que aún conservo, en los demás se atrofió y el 14 de febrero se convirtió en una excusa para ser eminentemente pasional, donde la mejor muestra de cariño se expresa entre cuatro paredes e implica necesariamente un rato de lujuria, un escape ardiente.

Yo no tenía opción, así que no pude elegir ni entre el romanticismo, ni entre la lujuria, aunque si me preguntan, los momentos que recuerdo con más aprecio y no necesariamente de los 14 de febrero, guardan relación directa con una rosa, una carta, el mar y la puesta del sol.

Eso no quiere decir que cuestione a los cochinones que decidieron pasarse unas horas revolcándose junto a sus parejas (las eternas parejas o las parejas ad hoc), sino que por el contrario... quién como ellos que pueden disfrutar del placer de la carne, aunque lo ideal es que eso se haga más seguido que sólo el día de San Valentín. 

Me rehúso a pensar que esta fecha es sólo sexo, o sexo producido, porque para el sexo producido se requiere un poco más de tiempo, pero nunca tanto tampoco... un pequeño montaje medio locuaz en un día miércoles de una semana cualquiera, en un mes cualquiera, no le viene mal a nadie.

Por eso mismo me gustan los San Valentines más romanticones, con chocolate a destajo, puestas de sol en la playa, cartas de miles de hojas, con promesas de amor eterno, o tarjetas de felicitación fabricadas a mano... y si ya eso suena a mucho, la forma de asesinarme sin piedad es que el romántico de turno envuelva con sus propias manos el regalo (da lo mismo lo que sea) que tiene para mí (obviamente eso es una bola de scotch, o cinta de envolver café, silicona o agorex, mal envuelta, con papeles que no le achuntan a la época especial, en que se deja en evidencia la mitad del regalo y la cinta se le cae, si es que llega con cinta). Eso me puede hacer llorar de emoción... lo encuentro de un nivel superior de ternura.

Independiente de estar o no con pareja para este día, yo sí creo que es un día para hacer algo especial. Obviamente no hay que dejar de lado todos los otros días de la vida (el amor es importante siempre), pero tampoco es normal estar dándoselas de amargado por no tener un acompañante. Siempre es bueno recordarnos lo sublime que es el amor de pareja cuando es correspondido y asumirlo como algo saludable cuando se tiene, y como un paréntesis cuando no.

Creo que mi evaluación de este día fue bastante buena (en términos emocionales, porque laborales, uf!). Este es el segundo 14 de febrero que paso sin pareja y fue mucho mejor que el anterior, porque por fin entendí que el sentido de este día está dado por la capacidad de amar que tenemos los seres humanos y que para amar a otros con intensidad, es necesario que aprendamos a amarnos a nosotros mismos, tal vez con la misma o con mayor fuerza.

Un amor de pareja saludable, parte por un amor propio saludable y  la lección del día de los enamorados de este año es que sólo puede ser realmente hermoso, si es sano.


<3


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