Suele suceder que las pérdidas son dolorosas.
Un día estamos sentados tranquilamente conversando con alguien, accidentalmente se cae el teléfono de la cartera, nadie lo notó y al rato siguiente estamos lamentando la pérdida del celular.
Tal vez será que nuestro mundo es tan vacío de afectos sinceros que un simple teléfono puede convertirse en algo valioso para una persona.
Que te preocupas de tus bienes más que de tus amigos, de tu posición social más que de tu felicidad, de tu trabajo más que de tu familia.
Y para muchos es así.
Cuántos de nosotros saludamos a nuestros padres con cariño en un día cualquiera, cuántos llamamos a nuestros amigos para preguntarles cómo están, cuántos dedicamos un par de horas al día para sentirnos felices de existir.
Si las pérdidas son dolorosas, entonces ¿Qué sentido tiene acumular cosas que siempre estamos propensos a perder?
¿Por qué apreciar tanto lo que puede hacernos tan infelices?
Si tienes las manos llenas ¿Con qué vas a abrazar a tu hermano?
Tenemos tan arraigada la creencia de que necesitamos cosas para ser felices, que pareciera que hablo estupideces, pero la verdad late en el corazón del que quiere oírla y aquél que logre desprenderse de todo, no teme.
Porque el que nada posee, nada puede perder.
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