Los párpados ajenos a su dueño
Se cierran como un corazón herido.
No hay vuelta atrás,
No hay espacio para arrepentimientos.
El silencio atronador de la noche inmensa
Pesa sobre el pecho cual montaña de piedra.
Aparecen las sombras de los no vivos,
Ahuyentando a los no muertos.
El frío quema las orejas, las pestañas,
Se cuela por las narices húmedas.
Aúlla un perro en algún lugar, cercano quizás,
Más bien distante… y un eco vacío le responde.
El piso de madera cruje dolorosamente,
Quejándose de su cadena perpetua inmóvil.
Las ramas que quedan en el árbol de Abril,
Se resisten en vano al viento otoñal.
Caen las hojas heridas de muerte,
Cual guerra mundial en la naturaleza.
Matanza indiscriminada, perdonada
Por los vástagos que vendrán con la primavera.
El humano se mueve, se revuelca en la cama
Mientras su almohada sabia susurra al oído.
Pero él no escucha y esconde sus manos ateridas,
crispa los dedos de los pies y aprieta los dientes
por si el frío pasara de largo.
Mientras la muerte se pasea por sus dominios,
La noche la toma en sus brazos de seda.
Los pájaros no cantan, un gato deambula,
Y la vida gris se envuelve en un manto negro,
Atrapada por la muerte plena.
M.J.R.-
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