Un buen libro, no lo es por su portada, el ser humano tampoco. Miles de almas apiladas, la una contra la otra enfrentadas, se miran sin sacarse los ojos mostrando sus dientes, odiándose. Mientras, en un lugar obscuro, un par de ellos se hechizan, coquetean, se muestran hasta lo más íntimo de su ser, en una caricia velada. Las personas pasan, miran, se devuelven, comparan y se van. Muchos esperan ansiosos la llegada de su destino, un lector empedernido, que aprecie el alma de cada libro. Pero siguen allí, valorizados por los colores de sus portadas, por el grosor de sus hojas, por la calidad de su tinta. Mientras la gente se olvida que un día nacieron en una sucia imprenta, rodeados de pegamento, y restos de sus hermanos textos desparramados en el suelo. Y hoy, lucen sus mejores ángulos, exhibiendo las contraportadas, diferenciándose en la multitud. Una sociedad variopinta en que todos conviven en paz, las religiones y filosofí...