Se encontraba sola, de
pie junto a la ventana, fumando el cigarrillo de rigor antes de acostarse,
mientras cabeceaba.
Hacía tres días que no
lograba conciliar el sueño. Estaba preocupada. No estaba segura de si sería hoy
cuando por fin consiguiera volver a cerrar sus ojos por algunas horas.
Cansada, anhelando el
efecto de las pastillas que había solicitado a su psiquiatra, se metió bajo las
sábanas y esperó.
A la distancia sonaba el
reloj de la cocina. Cada tic y cada tac resonaban en su cabeza como una bomba
que no estallaría jamás.
Con la luz del velador
prendida, hojeaba una novela clásica, para ver si las palabras bien escritas de
su autor lograban hipnotizarla y llevarla por la dicha del buen dormir. Pero
nada ocurría.
Pasaban las horas, y el
ruido de las calles se convirtió en silencio, un silencio que le desgarraba el
alma y la hacía odiar al mundo porque conseguían con tanta facilidad lo que
para ella era imposible.
La sesión de esta
mañana, había sido particularmente liberadora. Había recordado su infancia
solitaria, los niños jugando en el patio del colegio, mientras ella miraba
desde una galería distante cómo se divertían sin siquiera reparar en su
presencia.
Y así fue todo el
tiempo. Esa imagen se repetía una y otra vez a lo largo de su vida, y ya
adulta, los hombres pasaban por su dormitorio sin siquiera despedirse, sin
saber si habría un después.
De a poco se adormilaba,
sus músculos se relajaban y se entregaba al efecto de la droga. Parecía que
hasta podía sentir la sangre circulando lentamente por sus venas y un
cosquilleo permanente en las piernas la invitaban al relax.
El recuerdo de la
terapia, se fue diluyendo en su mente, así como todo lo demás. El patio, los
niños, sus ex, todo se le aparecía borroso, y eso estaba bien para ella. No
quería volver atrás.
La rabia hacia su madre,
el acoso de su jefe, desaparecían como por arte de magia. Ya no existían. Era
un nuevo comienzo. Borrón y cuenta nueva para tener una historia por fin con un
final feliz.
Se sentía bien. Tal vez
porque no era ella misma, porque una minúscula pastilla amarilla la hacían
olvidar y descansar, de su historia, de su vida, de su mal día.
Y le pesaban los
párpados. Si estuviera de pie, me caería, pensaba divertida. Hacía tanto que no
se sentía tan bien. Se dejaba llevar por el descanso tan anhelado. Un milagro
de la ciencia, se decía incoherente, mientras por su mano resbalaba y caía al
suelo, el frasco vacío que le había dado una nueva vida.
Algo sombrío el relato, no es autorreferente ¿cierto?
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