La Vida Inmensamente Feliz
de quien camina por la feria de la mano
con ese hombre despiadado de sonrisa atrayente.
Es la vida de una mujer silenciada
acallada por la vergüenza y el temor.
Desde los quince años su historia
cual marejada en un invierno que no acaba
está saturada de marcas invisibles
que su ser amado le tatuó.
Cuántas veces se preguntó de quién fue la culpa,
cuántas más suplicó para acabar con todo
mientras el abismo se hacía profundo
y el dolor se impregnaba áspero en los huesos.
No cesaba de cargar con todo, los niños, la casa, el amor,
cuando en otro lugar de su morada
ese hombre cercano la intimidaba con la mirada fija.
Tantas veces se paralízó, tantas veces la mano
invisible del miedo la detuvo y tapó su boca
que desesperada gritaba desgarrada
¿Cuándo te detendrás?
Es la cara de la Vida Inmensamente Feliz,
esa que maquilla cuidadosamente para salir de compras
y a las reuniones de la escuela,
esa vida solitaria, sin familia y amigos que entiendan,
porque nadie la ve, ni la oye gemir atormentada.
Es tan feliz que no requiere otros testigos más
que sus ojos hinchados, ni otras pruebas que la misma inmensidad
de su miseria.
Y ella sigue su camino por la feria dominical,
aferrada a esa mano tibia, pero dura...
a cada instante le aprieta y estrangula más.
Se la imagina rozando su brazo, tomando su
hombro, acariciando su rostro, el cuerpo entero
y un escalofrío recorre su espalda.
Y recuerda que quien va junto a ella es su hombre, suyo
porque lo eligió sobre los otros y a veces se arrepiente,
casi todos los días.
Especialmente esos en que desearía desaparecer,
arrancar de la ira desmedida, el deseo incontrolable
y sus celos ¡Malditos celos!
Pero ahí está, temblando, esperando el castigo que llegará...
porque siempre llega.
Los demás no sienten , no ven, ni oyen , nunca están para ayudarla.
Y al contrario de lo que piensa la gente que pasa por su lado,
no, a ella no le gusta su Vida Inmensamente Feliz.
de quien camina por la feria de la mano
con ese hombre despiadado de sonrisa atrayente.
Es la vida de una mujer silenciada
acallada por la vergüenza y el temor.
Desde los quince años su historia
cual marejada en un invierno que no acaba
está saturada de marcas invisibles
que su ser amado le tatuó.
Cuántas veces se preguntó de quién fue la culpa,
cuántas más suplicó para acabar con todo
mientras el abismo se hacía profundo
y el dolor se impregnaba áspero en los huesos.
No cesaba de cargar con todo, los niños, la casa, el amor,
cuando en otro lugar de su morada
ese hombre cercano la intimidaba con la mirada fija.
Tantas veces se paralízó, tantas veces la mano
invisible del miedo la detuvo y tapó su boca
que desesperada gritaba desgarrada
¿Cuándo te detendrás?
Es la cara de la Vida Inmensamente Feliz,
esa que maquilla cuidadosamente para salir de compras
y a las reuniones de la escuela,
esa vida solitaria, sin familia y amigos que entiendan,
porque nadie la ve, ni la oye gemir atormentada.
Es tan feliz que no requiere otros testigos más
que sus ojos hinchados, ni otras pruebas que la misma inmensidad
de su miseria.
Y ella sigue su camino por la feria dominical,
aferrada a esa mano tibia, pero dura...
a cada instante le aprieta y estrangula más.
Se la imagina rozando su brazo, tomando su
hombro, acariciando su rostro, el cuerpo entero
y un escalofrío recorre su espalda.
Y recuerda que quien va junto a ella es su hombre, suyo
porque lo eligió sobre los otros y a veces se arrepiente,
casi todos los días.
Especialmente esos en que desearía desaparecer,
arrancar de la ira desmedida, el deseo incontrolable
y sus celos ¡Malditos celos!
Pero ahí está, temblando, esperando el castigo que llegará...
porque siempre llega.
Los demás no sienten , no ven, ni oyen , nunca están para ayudarla.
Y al contrario de lo que piensa la gente que pasa por su lado,
no, a ella no le gusta su Vida Inmensamente Feliz.
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